Cada 4 de octubre la Iglesia universal celebra a San Francisco de Asís (c.1182-1226), el santo que se unió a Cristo en sus dolores más íntimos, el hombre que se santificó abrazando la pobreza, el santo que reconoció a Dios en la naturaleza.
Sin duda, el Santo de Asís ha sido siempre una figura de inmensa importancia para la Iglesia, y lo sigue siendo hoy. Una significativa muestra de ello es que el Papa Francisco eligió su nombre para asumir el pontificado, con el deseo de honrar su memoria y como una forma de pedir su guía e intercesión. El Papa lo llamó aquella vez “hombre de armonía y de paz”.
Sólo quien ama es libre
San Francisco nació en Asís (Italia) en 1182, en el seno de una familia acomodada. Su padre era un rico comerciante y, como mandaba la costumbre, él era el destinado a asumir el negocio familiar. Por años, Francisco, pagado de sí mismo, se dedicó a gozar de sus bienes, en medio de la ostentación y las frivolidades.
No hubo mayores contratiempos en su vida hasta que las circunstancias lo forzaron a ir a la guerra. Fracasó como guerrero y cayó prisionero. Ciertamente no fue mucho el tiempo que pasó en esa condición, pero su salud empezó a resquebrajarse.
Cercado por el desasosiego, en medio del horror de la guerra y aquejado por la enfermedad, Francisco empezó a escuchar una voz que clamaba desde su interior: “Sirve al amo y no al siervo”.
Su mal estado de salud precipitó el retorno a casa, envuelto en la deshonra. Allí, después de un largo tiempo de recuperación, empezó un proceso de transformación personal. En el contacto con la naturaleza y en el redescubrimiento de la oración, poco a poco fue entendiendo por qué su vida estaba vacía. Dios había estado tocando la puerta de su corazón hacía mucho tiempo sin que se hubiera dado cuenta.
Libre para amar más
Francisco, entonces, empezó a hacer cosas “desconcertantes” ante los ojos de sus habituales amigos, todas impropias de su condición social, por lo que más de uno lo creyó loco.
Francisco comenzó a visitar a los enfermos abandonados del pueblo, incluyendo a los leprosos -gran escándalo para sus allegados, quienes quisieron disuadirlo-. No obstante, a él parecía no importarle e incrementó la frecuencia de las visitas. De pronto, ya no había vuelta atrás: aquella gente “repugnante” se había convertido en su nuevo círculo de amigos, en su nueva familia.
El santo solía llevar a los desamparados comida y abrigo, pero un día se agotaron sus recursos. Se despojó de lo último que le quedaba: decidió regalar sus propios vestidos y su dinero.
Si tuvo dudas en ese momento, queda claro que no repercutieron lo suficiente. Algo nuevo estaba creciendo en su corazón y era muy distinto a cualquier cosa que hubiese probado antes: su espíritu empezaba a tener paz finalmente, aun rodeado de la miseria que antes le producía terror. Ahora vivía despojado de sus seguridades, con el corazón abierto por el dolor de los que sufren, pero más libre y feliz que nunca.
San Damián: Dios te habla
Cierto día, mientras oraba en la Iglesia de San Damián, en Asís, le pareció que el crucifijo que estaba frente a sí le miraba mientras decía: “Francisco, repara mi casa, pues ya ves que está en ruinas”. Entonces, creyendo que Cristo le pedía reparar el templo físico, fue y vendió los vestidos de la tienda de su padre. Luego llevó el dinero al sacerdote que cuidaba el templo, pidiéndole que lo deje vivir allí.
El sacerdote aceptó que se quedara, pero no recibió el dinero. Entonces, su padre al tanto de lo que había hecho, lo buscó y lo golpeó furiosamente. Después, al ver que su hijo no quería regresar a casa, le exigió que le devolviera el dinero.
Por consejo del obispo, Francisco decidió honrar a su padre devolviéndole todo, con creces: se despojó hasta de la ropa que llevaba encima en ese momento, que ya no le pertenecía.
Distanciado de la forma como había vivido, Francisco se dedicó a reconstruir la iglesia de San Damián y de San Pedro.
Más tarde se trasladó a una capillita llamada Porciúncula, la cual reparó y convirtió en su hogar. Con el corazón ablandado por la oración -su diálogo con Cristo-, Francisco empezó a pedir limosna para los pobres y a servirles con más cariño. Mientras iba de camino, quien lo veía recibía su saludo característico: “La paz del Señor sea contigo”.
Hermana pobreza
Su estilo de vida empezó a atraer a muchos, quienes también querían acompañarle y ayudarlo en sus labores. Entonces, la idea de formar una hermandad religiosa se fue concretando hasta que, en 1210, Francisco con un grupo de amigos viajaron a Roma con el manuscrito de la futura regla en mano, en busca de la aprobación pontificia para la hermandad.
El Papa, asistido por la gracia, dio su aprobación. El espíritu de la regla aprobada giraba en torno a la pobreza, cuya vivencia sería el fundamento de la nueva Orden.
La pobreza debía ser asumida con amor y expresada en la manera de vestir, los utensilios que se empleaban y, principalmente, en los actos. Para sorpresa de los incrédulos, los hermanos de Francisco no se veían nunca tristes, todo lo contrario: reflejaban alegría y contento.
“Conozco a Cristo pobre y crucificado, y eso me basta" (San Francisco de Asís)
Considerándose indigno del sacerdocio pleno, llegó sólo a recibir el diaconado y quiso darle a su Orden el nombre de “Frailes Menores” con el propósito de que sus miembros fueran conscientes de su llamado a ser verdaderos siervos de todos, amantes de las cosas de Dios, que sólo se hallan en lo sencillo.
La humildad y el desprendimiento que Francisco vivía eran en esencia expresión de una convicción interior: “Ante los ojos de Dios, el hombre vale por lo que es y no más”. De allí que dijese cosas como estas: "Hay muchos que tienen por costumbre multiplicar plegarias y prácticas devotas, afligiendo sus cuerpos con numerosos ayunos y abstinencias; pero con una sola palabrita que les suena injuriosa a su persona o por cualquier cosa que se les quita, enseguida se ofenden e irritan. Estos no son pobres de espíritu, porque el que es verdaderamente pobre de espíritu, se aborrece a sí mismo y ama a los que le golpean en la mejilla".
La pobreza empieza por dentro. Tiene nombre y se llama “Jesús”.
Elegido misteriosamente para compartir los dolores del Señor Cristo le concedió a Francisco el don de poderlo acompañar “de cerca” en los dolores de su Pasión: recibió de Nuestro Señor los estigmas en carne propia.
Ya el santo, en su madurez, había experimentado continuos éxtasis y protagonizado hechos prodigiosos, pero recibir los estigmas fue algo que superó todo. De esto dieron fe sus hermanos más cercanos, así como del deseo de Francisco de mantener el milagro en reserva.
En su unión con el Señor, era como si, de alguna manera, Francisco fuese cada vez “menos él” y cada vez más semejante a Jesucristo, en todo.
Hermana muerte
San Francisco de Asís murió el 3 de octubre de 1226, con sólo 44 años de edad. Su figura e influencia en la historia de la Iglesia y en la cultura es inapreciable. Incluso quienes no tienen fe o no son parte de la Iglesia Católica reconocen en él a una persona extraordinaria.
Gracias a Dios, esa influencia hoy permanece intacta en la Iglesia, por ejemplo, en el amor a la naturaleza -creación de Dios- y en el deseo de protegerla; en particular, en el cariño por los animales.
Otros ecos
Por otro lado, Francisco sigue presente en muchos detalles y costumbres que evocan sencillez y, a la vez, grandeza: a él se le atribuye haber iniciado la tradición de armar el “belén”, el "pesebre” o “nacimiento” en el hogar, durante los días de Navidad.
Hace una década, el 4 de octubre de 2013, el Papa Francisco celebró una Misa en la ciudad de Asís, en el marco de un homenaje especial al santo, a poco de iniciar su pontificado. En aquella hermosa oportunidad, dijo durante la homilía: “San Francisco es testigo del respeto por todo, de que el hombre está llamado a custodiar al hombre, de que el hombre está en el centro de la creación, en el puesto en el que Dios –el Creador– lo ha querido, sin ser instrumento de los ídolos que nos creamos, Francisco fue hombre de armonía, un hombre de paz”.
Después de una juventud disipada en diversiones, se convirtió, renunció a los bienes paternos y se entregó de lleno a Dios.
Abrazó la pobreza y vivió una vida evangélica, predicando a todos el amor de Dios.
Dio a sus seguidores unas sabias normas, que luego fueron aprobadas por la Santa Sede.
Fundó una Orden de frailes y su primera seguidora mujer, Santa Clara que funda las Clarisas, inspirada por el llamado de su vocación.
San Francisco de Asís cautivó la imaginación de sus contemporáneos presentándoles la pobreza, la castidad y la obediencia con la pureza y fuerza de un testimonio radical.
Llegó a ser conocido como el Pobre de Asís por su matrimonio con la pobreza, su amor por los pajarillos y toda la naturaleza. Todo ello refleja un alma en la que Dios lo era todo sin división, un alma que se nutría de las verdades de la fe católica y que se había entregado enteramente, no sólo a Cristo, sino a Cristo crucificado.
Más datos de su nacimiento y vida familiar
Francisco nació en Asís, ciudad de Umbría, en el año 1182. Su padre, Pedro Bernardone, era comerciante como lo mencioné anteriormente. El nombre de su madre era Pica y algunos autores afirman que pertenecía a una noble familia de la Provenza.
Tanto el padre como la madre de Francisco eran personas acomodadas. Pedro Bernardone comerciaba especialmente en Francia. Como se hallaba en dicho país cuando nació su hijo, la gente le apodó "Francesco" (el francés), por más que en el bautismo recibió el nombre de Juan.
En su juventud, Francisco era muy dado a las románticas tradiciones caballerescas que propagaban los trovadores. Disponía de dinero en abundancia y lo gastaba pródigamente, con ostentación. Ni los negocios de su padre, ni los estudios le interesaban mucho, sino el divertirse en cosas vanas que comúnmente se les llama "gozar de la vida".
Sin embargo, no era de costumbres licenciosas y era muy generoso con los pobres que le pedían por amor de Dios.
Cuando Francisco tenía unos 20, estalló la discordia entre las ciudades de Perugia y Asís, y en la guerra, el joven cayó prisionero de los peregrinos. La prisión duró un año, y Francisco la soportó alegremente. Sin embargo, cuando recobró la libertad, cayó gravemente enfermo. La enfermedad, en la que el joven probó una vez más su paciencia, fortaleció y maduró su espíritu.
Cuando se sintió con fuerzas suficientes, determinó ir a combatir en el ejército de Galterío y Briena, en el sur de Italia.
Con ese fin, se compró una costosa armadura y un hermoso manto. Pero un día en que paseaba ataviado con su nuevo atuendo, se topó con un caballero mal vestido que había caído en la pobreza; movido a compasión ante aquel infortunio, Francisco cambió sus ricos vestidos por los del caballero pobre.
Esa noche vio en sueños un espléndido palacio con salas colmadas de armas, sobre las cuales se hallaba grabado el signo de la cruz y le pareció oír una voz que le decía que esas armas le pertenecían a él y a sus soldados.
Francisco partió a Apulia con el alma ligera y la seguridad de triunfar, pero nunca llegó al frente de batalla. En Espoleto, ciudad del camino de Asís a Roma, cayó nuevamente enfermo y, durante la enfermedad, oyó una voz celestial que le exhortaba a "servir al amo y no al siervo".
El joven obedeció. Al principio volvió a su antigua vida, aunque tomándola menos a la ligera. La gente, al verle ensimismado, le decían que estaba enamorado.
"Sí", replicaba Francisco, "voy a casarme con una joven más bella y más noble que todas las que conocéis". Poco a poco, con mucha oración, fue concibiendo el deseo de vender todos sus bienes y comprar la perla preciosa de la que habla el Evangelio.
Aunque ignoraba lo que tenía que hacer para ello, una serie de claras inspiraciones sobrenaturales le hizo comprender que la batalla espiritual empieza por la mortificación y la victoria sobre los instintos.
Paseándose en cierta ocasión a caballo por la llanura de Asís, encontró a un leproso. Las llagas del mendigo aterrorizaron a Francisco; pero, en vez de huir, se acercó al leproso, que le tendía la mano para recibir una limosna.
Francisco comprendió que había llegado el momento de dar el paso al amor radical de Dios. A pesar de su repulsa natural a los leprosos, venció su voluntad, se le acercó y le dio un beso.
Aquello cambió su vida. Fue un gesto movido por el Espíritu Santo, pidiéndole a Francisco una calidad de entrega, un "sí" que distingue a los santos de los mediocres.
San Buenaventura nos dice que después de este evento, Francisco frecuentaba lugares apartados donde se lamentaba y lloraba por sus pecados.
Desahogando su alma fue escuchado por el Señor. Un día, mientras oraba, se le apareció Jesús crucificado. La memoria de la pasión del Señor se grabó en su corazón de tal forma, que cada vez que pensaba en ello, no podía contener sus lágrimas y sollozos.
A partir de entonces, comenzó a visitar y servir a los enfermos en los hospitales. Algunas veces regalaba a los pobres sus vestidos, otras, el dinero que llevaba. Les servía devotamente, porque el profeta Isaías nos dice que Cristo crucificado fue despreciado y tratado como un leproso. De este modo desarrollaba su espíritu de pobreza, su profundo sentido de humildad y su gran compasión.
En cierta ocasión, mientras oraba en la iglesia de San Damián en las afueras de Asís, le pareció que el crucifijo le repetía tres veces: "Francisco, repara mi casa, pues ya ves que está en ruinas". Anécdota ya mencionada anteriormente.
El santo, viendo que la iglesia se hallaba en muy mal estado, creyó que el Señor quería que la reparase; así pues, partió inmediatamente, tomó una buena cantidad de vestidos de la tienda de su padre y los vendió junto con su caballo. Enseguida llevó el dinero al pobre sacerdote que se encargaba de la iglesia de San Damián, y le pidió permiso de quedarse a vivir con él.
El buen sacerdote consintió en que Francisco se quedase con él, pero se negó a aceptar el dinero. El joven lo depositó en el alféizar de la ventana.
Pedro Bernardone, al enterarse de lo que había hecho su hijo, se dirigió indignado a San Damián. Pero Francisco había tenido buen cuidado de ocultarse.
Su madre lo liberó, y él se fue a San Damián. Su padre fue a buscarlo ahí y lo golpeó y le dijo que volviera a su casa y renunciara a su herencia. San Francisco no tuvo problema. Su padre le obligó a ir con el obispo de Asís, y San Francisco le dió la ropa que traía puesta para dársela a su padre ya que a él le pertenecía.
San Francisco partió buscando un lugar para establecerse, regresó a San Damián y fue a Asís para pedir limosna para reparar la Iglesia. Una vez hechas las reparaciones hizo lo mismo con la antigua Iglesia de San Pedro. Después se trasladó a una capillita llamada Porciúncula, de los benedictinos, que estaba en una llanura cerca de Asís.
Comenzó a hablar a sus oyentes acerca de la penitencia, y sus palabras llegaban a los corazones. Dios le había concedido ya el don de profecía y el don de milagros.
Francisco tuvo muchos seguidores y discípulos. El 1ero fue Bernardo de Quintavalle, que vendió todo lo que tenía para darlo a los pobres. Su 2do discípulo fue Pedro de Cattaneo. Les concedió hábitos en abril de 1209. Cuando fueron 12 discípulos, redactó una regla breve e informal. Después de años el Papa Inocencio III autorizó la regla y les dio por misión predicar la penitencia.
En 1212 recibió como regalo la Porciúncula con la condición de que la conservase siempre como la iglesia principal de la orden. La pobreza era el fundamento de su orden. Recibió solo el diaconado porque se consideraba indigno del sacerdocio.
Los frailes trabajaban en sus oficios y en los campos vecinos para ganarse el pan, y tenían prohibido aceptar dinero. Clara oyó predicar a Francisco y decidió seguirlo en 1212, y él consiguió que Clara y sus compañeras se establecieran en San Damián.
Dio a su orden el nombre de Frailes Menores, ya que quería que fueran humildes. Él decía que no poseer ningún bien era el espíritu y modo de vida de su orden. En la Navidad de 1223 construyó en una cueva el nacimiento de Cristo y celebró Misa. En 1224 se retiró al Mte Alvernia y construyó ahí una pequeña celda. Su única compañía fue el hermano León. El 17 de septiembre, allí sucedió el milagro de los estigmas, y a partir de entonces llevaba las manos cubiertas y los pies calzados. Dijo que le habían sido reveladas cosas que jamás diría a hombre alguno. Un tiempo después bajo del Monte y curó a muchos enfermos. Su salud se fue deteriorando y antes de morir dictó un testamento en que recomendaba a los hermanos observar la regla, trabajar para evitar la ociosidad y dar buen ejemplo.
LA HUMILDAD Y OBEDIENCIA
San Francisco dio a su orden el nombre de "Frailes Menores" por humildad, pues quería que sus hermanos fuesen los siervos de todos y buscasen siempre los sitios más humildes. Con frecuencia exhortaba a sus compañeros al trabajo manual y, si bien les permitía pedir limosna, les tenía prohibido que aceptasen dinero. Pedir limosna no constituía para él una vergüenza, ya que era una manera de imitar la pobreza de Cristo. Sobre la excelsa virtud de la humildad, decía: "Bienaventurado el siervo a quien lo encuentran en medio de sus inferiores con la misma humildad que si estuviera en medio de sus superiores. Bienaventurado el siervo que siempre permanece bajo la vara de la corrección. Es siervo fiel y prudente el que, por cada culpa que comete, se apresura a expiarlas: interiormente, por la contrición y exteriormente por la confesión y la satisfacción de obra". El santo no permitía que sus hermanos predicasen en una diócesis sin permiso expreso del Obispo. Entre otras cosas, dispuso que "si alguno de los frailes se apartaba de la fe católica en obras o palabras y no se corregía, debería ser expulsado de la hermandad". Todas las ciudades querían tener el privilegio de albergar a los nuevos frailes, y las comunidades se multiplicaron en Umbría, Toscana, Lombardia y Ancona.
Se cuenta que en 1216, Francisco solicitó del Papa Honorio III la indulgencia de la Porciúncula o "perdón de Asís". El año siguiente, conoció en Roma a Santo Domingo, quien había predicado la fe y la penitencia en el sur de Francia en la época en que Francisco era "un gentilhombre de Asís". San Francisco tenía también la intención de ir a predicar en Francia. Pero, como el cardenal Ugolino (quien fue más tarde Papa con el nombre de Gregorio IX) le disuadiese de ello, envió en su lugar a los hermanos Pacífico y Agnelo. Este último había de introducir más tarde la Orden de los frailes menores en Inglaterra. El sabio y bondadoso cardenal Ugolino ejerció una gran influencia en el desarrollo de la Orden. Los compañeros de San Francisco eran ya tan numerosos, que se imponía forzosamente cierta forma de organización sistemática y de disciplina común. Así pues, se procedió a dividir a la Orden en provincias, al frente de cada una de las cuales se puso a un ministro, "encargado del bien espiritual de los hermanos; si alguno de ellos llegaba a perderse por el mal ejemplo del ministro, éste tendría que responder de él ante Jesucristo". Los frailes habían cruzado ya los Alpes y tenían misiones en España, Alemania y Hungría.
El primer capítulo general se reunió, en la Porciúncula, en Pentecostés del año de 1217. En 1219, tuvo lugar el capítulo "de las esteras", así llamado por las cabañas que debieron construirse precipitadamente con esteras para albergar a los delegados. Se cuenta que se reunieron entonces cinco mil frailes. Nada tiene de extraño que en una comunidad tan numerosa, el espíritu del fundador se hubiese diluido un tanto. Los delegados encontraban que San Francisco se entregaba excesivamente a la aventura y exigían un espíritu más práctico. Es que así les parecía lo que en realidad era una gran confianza en Dios.
El Santo se indignó profundamente y replicó: "Hermanos míos, el Señor me llamó por el camino de la sencillez y la humildad y por ese camino persiste en conducirme, no sólo a mí sino a todos los que estén dispuestos a seguirme... El Señor me dijo que deberíamos ser pobres y locos en este mundo y que ése y no otro sería el camino por el que nos llevaría. Quiera Dios confundir vuestra sabiduría y vuestra ciencia y haceros volver a vuestra primitiva vocación, aunque sea contra vuestra voluntad y aunque la encontréis tan defectuosa".
Francisco les insistía en que amaran muchísimo a Jesucristo y a la Santa Iglesia Católica, y que vivieran con el mayor desprendimiento posible hacia los bienes materiales, y no se cansaba de recomendarles que cumplieran lo más exactamente posible todo lo que manda el Santo Evangelio.
Misionero ante el Sultán
En junio de 1219, se embarcó en Ancona con 12 frailes. La nave los condujo a Damieta, en la desembocadura del Nilo. Los cruzados habían puesto sitio a la ciudad, y Francisco sufrió mucho al ver el egoísmo y las costumbres disolutas de los soldados de la cruz.
Consumido por el celo de la salvación de los sarracenos, decidió pasar al campo del enemigo, por más que los cruzados le dijeron que la cabeza de los cristianos estaba puesta a precio.
Habiendo conseguido la autorización del delegado pontificio, Francisco y el hermano Iluminado se aproximaron al campo enemigo, gritando: "¡Sultán, Sultán!". Cuando los condujeron a la presencia de Malek-al-Kamil, Francisco declaró osadamente: "No son los hombres quienes me han enviado, sino Dios todopoderoso.
Vengo a mostrarles, a ti y a tu pueblo, el camino de la salvación; vengo a anunciarles las verdades del Evangelio".
El Sultán quedó impresionado y rogó a Francisco que permaneciese con él. El santo replicó: "Si tú y tu pueblo estáis dispuestos a oír la palabra de Dios, con gusto me quedaré con vosotros. Y si todavía vaciláis entre Cristo y Mahoma, manda encender una hoguera; yo entraré en ella con vuestros sacerdotes y así veréis cuál es la verdadera fe". El Sultán contestó que probablemente ninguno de los sacerdotes querría meterse en la hoguera y que no podía someterlos a esa prueba para no soliviantar al pueblo.
Cuentan que el Sultán llegó a decir: "Si todos los cristianos fueran como él, entonces valdría la pena ser cristiano". Pero el Sultán, Malek-al-Kamil, mandó a Francisco que volviese al campo de los cristianos. Desalentado al ver el reducido éxito de su predicación entre los sarracenos y entre los cristianos, el Santo pasó a visitar los Santos Lugares. Ahí recibió una carta en la que sus hermanos le pedían urgentemente que retornase a Italia.
Durante la ausencia de Francisco, sus dos vicarios, Mateo de Narni y Gregorio de Nápoles, habían introducido ciertas innovaciones que tendían a uniformar a los frailes menores con las otras órdenes religiosas y a encuadrar el espíritu franciscano en el rígido esquema de la observancia monástica y de las reglas ascéticas.
Las religiosas de San Damián tenían ya una constitución propia, redactada por el cardenal Ugolino sobre la base de la regla de San Benito. Al llegar a Bolonia, Francisco tuvo la desagradable sorpresa de encontrar a sus hermanos hospedados en un espléndido convento. El Santo se negó a poner los pies en él y vivió con los frailes predicadores. Enseguida mandó llamar al guardián del convento franciscano, le reprendió severamente y le ordenó que los frailes abandonasen la casa.
Tales acontecimientos tenían a los ojos del Santo las proporciones de una verdadera traición: se trataba de una crisis de la que tendría que salir la Orden sublimada o destruida. San Francisco se trasladó a Roma donde consiguió que Honorio III nombrase al cardenal Ugolino protector y consejero de los franciscanos, ya que el purpurado había depositado una fe ciega en el fundador y poseía una gran experiencia en los asuntos de la Iglesia. Al mismo tiempo, Francisco se entregó ardientemente a la tarea de revisar la regla, para lo que convocó a un nuevo capítulo general que se reunió en la Porciúncula en 1221.
El Santo presentó a los delegados la regla revisada. Lo que se refería a la pobreza, la humildad y la libertad evangélica, características de la Orden, quedaba intacto. Ello constituía una especie de reto del fundador a los disidentes y legalistas que, por debajo del agua, tramaban una verdadera revolución del espíritu franciscano. El jefe de la oposición era el hermano Elías de Cortona.
El fundador había renunciado a la dirección de la Orden, de suerte que su vicario, fray Elías, era prácticamente el ministro general. Sin embargo, no se atrevió a oponerse al fundador, a quien respetaba sinceramente. En realidad, la Orden era ya demasiado grande, como lo dijo el propio San Francisco: "Si hubiese menos frailes menores, el mundo los vería menos y desearía que fuesen más."
Al cabo de dos años, durante los cuales hubo de luchar contra la corriente cada vez más fuerte que tendía a desarrollar la orden en una dirección que él no había previsto y que le parecía comprometer el espíritu franciscano, el Santo emprendió una nueva revisión de la regla. Después la comunicó al hermano Elías para que éste la pasase a los ministros, pero el documento se extravió y el Santo hubo de dictar nuevamente la revisión al hermano León, en medio del clamor de los frailes que afirmaban que la prohibición de poseer bienes en común era impracticable.
La regla, tal como fue aprobada por Honorio III en 1223, representaba sustancialmente el espíritu y el modo de vida por el que había luchado San Francisco desde el momento en que se despojó de sus ricos vestidos ante el obispo de Asís.
Unos dos años antes, San Francisco y el Cardenal Ugolino habían redactado una regla para la cofradía de laicos que se habían asociado a los frailes menores y que correspondía a lo que actualmente llamamos Tercera Orden, fincada en el espíritu de la "Carta a todos los cristianos", que Francisco había escrito en los primeros años de su conversión. La cofradía, formada por laicos entregados a la penitencia, que llevaban una vida muy diferente de la que se acostumbraba entonces, llegó a ser una gran fuerza religiosa en la Edad Media. En el derecho canónico actual, los terciarios de las diversas órdenes gozan todavía de un estatuto específicamente diferente del de los miembros de las cofradías y congregaciones marianas.
Murió el 3 de octubre de 1226 en la Porciúncula, a los 44 años. Contribuyó mucho a la renovación de la Iglesia de la decadencia y el desorden en que había caído durante la Edad Media.
Es el primer caso conocido de estigmatizaciones visibles y externas. Fue canonizado el 16 de julio de 1228 en Asís, por el papa Gregorio IX. Es conocido también como el pobrecito de Asís.
San Francisco de Asís,
RUEGA POR NOSOTROS !!!
Amén !!!
Oración de San Francisco de Asís por la paz
Oh, Señor, hazme un instrumento de Tu Paz.
Donde hay odio, que lleve yo el Amor.
Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón.
Donde haya discordia, que lleve yo la Unión.
Donde haya duda, que lleve yo la Fe.
Donde haya error, que lleve yo la Verdad.
Donde haya desesperación, que lleve yo la Alegría.
Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz.
Oh, Maestro, haced que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar;
ser comprendido, sino comprender;
set amado, como amar.
Porque es:
Dando , que se recibe;
Perdonando, que se es perdonado;
Muriendo, que se resucita a la Vida Eterna.
Amén !!!